Lo que significa un recreo más que diez minutos de descanso

Marlon Zometa
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El recreo. Esa palabra mágica que, aunque durara apenas diez o quince minutos, parecía tener el poder de detener el tiempo. Porque seamos sinceros: no había clase de matemáticas, ciencias o lenguaje que generara tanto entusiasmo como el timbre que anunciaba el recreo. En ese instante, todos los estudiantes nos convertíamos en atletas olímpicos corriendo hacia el patio.

Pero ¿era solo un descanso? No. El recreo era un mundo aparte, con sus propias reglas, sus propias historias y hasta su propio humor. Y yo, como muchos, descubrí que esos minutos cortos escondían grandes lecciones que aún hoy recuerdo con una sonrisa.

Recuerdo que en mi escuela, cuando el timbre sonaba, el salón se transformaba en una carrera de Fórmula 1. Nadie entendía cómo los pupitres no salían volando. Yo solía correr con mis amigos para apartar el “mejor lugar” en la cancha: el lado que no tenía piedras ni charcos. Porque claro, si te tocaba el lado lleno de lodo, la pelota siempre parecía decidir que allí debía caer.

Había recreos que parecían sacados de una comedia. Una vez, mientras jugábamos fútbol, la pelota terminó en el plato de pupusas de la tiendita escolar. Todos nos quedamos congelados… hasta que el dueño de la pupusa, con la mejor cara de pocos amigos, nos persiguió como si se tratara de una escena de película de acción. Ese día aprendí que no hay nada más serio que un estudiante defendiendo su comida.

Otro recreo lo pasé con un compañero que siempre llevaba dulces para vender. Se había vuelto un pequeño emprendedor: en lugar de descansar, hacía negocio. Yo lo veía como el “mini empresario” del colegio. Ese día me regaló un dulce y me dijo: “Cuando crezca quiero tener mi propio negocio”. Y pensé: “Si logra sobrevivir a vender entre empujones y gritos, seguro lo conseguirá”.

Pero también hubo recreos distintos. Días en los que me quedaba sentado solo, viendo cómo todos corrían y jugaban. Esos minutos, aunque pesados, me enseñaron algo: el recreo no era únicamente para los juegos, también era un espacio para pensar, para observar y hasta para entender que la soledad puede ser maestra.

El recreo, aunque suene exagerado, era un laboratorio social. En esos minutos se veía de todo:
  • El grupo que siempre jugaba fútbol, y que si no había pelota, usaba una botella de plástico.
  • El grupo que prefería sentarse bajo un árbol a contarse secretos que, por supuesto, nunca terminaban siendo secretos.
  • El que hacía competencias de quién se acababa primero la torta de la tiendita.
  • Y el que simplemente buscaba un rincón para no ser molestado.
¿Te diste cuenta alguna vez de todo lo que se aprende en un recreo?
Lo curioso es que nadie te lo dice, pero ahí se forjan habilidades que de adultos seguimos usando:
  1. Negociación. Si jugabas fútbol, sabías lo que era discutir quién sería portero. Nadie quería serlo. Era el cargo que se repartía al que llegaba tarde o al que perdía un “piedra, papel o tijera”. Eso, sin saberlo, era tu primera experiencia de negociación.
  2. Resiliencia. ¿Cuántas veces te caíste en un recreo? ¿Y cuántas veces te levantaste con las rodillas raspadas, haciendo como que “no dolía”? Esa era la vida enseñándote que no todo sale bien, pero hay que continuar.
  3. Trabajo en equipo. Un recreo sin discusiones era raro. Siempre había alguien que reclamaba un gol inventado o un pase que nunca llegó. Pero lo más curioso era que al día siguiente, todos volvían a jugar juntos, como si nada hubiera pasado. Ese es el verdadero trabajo en equipo: discutir, enojarse, pero seguir unidos.
  4. Creatividad. No siempre había pelota. A veces eran bolsas de papel arrugadas, tapas de gaseosa o incluso una mochila enrollada. Y, sin darnos cuenta, entrenábamos la creatividad: sacar algo grande de lo pequeño.
  5. Empatía. Había recreos en los que uno notaba al compañero que estaba solo o que no tenía para comprar nada en la tiendita. Y si alguien se acercaba a compartir su pan, en ese acto simple había más educación que en cien páginas de un libro.
El recreo también era un termómetro emocional. Había días en los que la risa se escuchaba en todo el patio, y otros en los que se notaba la tensión de quienes no habían tenido un buen examen. Porque sí, el recreo no era solo un descanso físico, era también un espacio emocional donde cada estudiante mostraba, sin proponérselo, lo que llevaba dentro.

Un mensaje para ti, estudiante
  • Si estás en básica, disfruta tus recreos como un regalo. Juega, corre, ríe, pero también observa. Allí encontrarás amigos que te marcarán de por vida y lecciones que ningún maestro escribe en la pizarra.
  • Si estás en media (bachillerato), los recreos son más cortos y a veces parecen perder importancia. Pero créeme, esas charlas rápidas con amigos, esas bromas que parecen sin sentido, son recuerdos que un día extrañarás. No te encierres solo en el estrés de los exámenes, dale espacio también a la risa.
  • Si estás en la universidad, aunque no haya recreos oficiales, sigue siendo vital darte pausas. El cuerpo y la mente necesitan un descanso para procesar todo lo que aprendes. Tómate ese café con amigos, camina unos minutos, conversa de cualquier cosa. Esas pausas también forman parte de tu aprendizaje.
Porque al final, un recreo nunca fue solo un descanso. Fue una escuela de vida disfrazada de minutos libres. Y los estudiantes que entienden eso descubren que la verdadera educación no solo se da en los libros, sino también en esos espacios que parecen pequeños, pero son gigantes en significado.

Hoy, al recordar mis recreos, sonrío. No por la nota que recibí después de una clase, sino por esos instantes en los que descubrí lo que significaba compartir, reír, caerme y volverme a levantar. El recreo fue, sin darme cuenta, uno de mis mejores maestros.

Gracias por haber llegado hasta aquí y acompañarme en esta reflexión. Tu tiempo vale, y me alegra que lo inviertas en estas palabras que nacen de mis vivencias como estudiante. Te invito a que compartas esta reflexión con alguien más y a que regreses mañana para seguir encontrando juntos la grandeza que se esconde en lo simple.

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