La primera vez que sentí vergüenza al leer en voz alta
Hay momentos en la vida estudiantil que uno no olvida, no porque hayan sido gloriosos, sino porque dejaron una marca silenciosa. A veces no es el día del examen, ni el campeonato de fútbol escolar, ni el primer diez en el cuaderno… sino aquel instante en que un maestro dice: “Lea en voz alta, por favor”.
En ese momento, muchos corazones, incluido el mío se aceleran como si se tratara de una competencia. Las palabras parecen tener vida propia, el papel se vuelve más largo y las letras comienzan a bailar. Yo viví esa escena. Y aunque en su momento sentí una vergüenza enorme, hoy la recuerdo con cariño, porque fue una de las experiencias que me enseñaron a no tenerle miedo a mi propia voz.
Todo empezó en un salón de clases de primaria, con ventanas altas, pupitres de madera y ese olor a libros nuevos mezclado con el polvo del pizarrón. Era un día cualquiera, y la maestra nos había pedido abrir el libro de lectura. Cada estudiante debía leer un párrafo. Uno por uno. En orden.
Mientras los demás leían, yo solo pensaba en que cada voz que se escuchaba me acercaba más a mi turno. Contaba en silencio los párrafos, tratando de calcular cuál me tocaría. Y cuando llegó mi nombre, sentí que el corazón se me subía al cuello.
Empecé bien… o eso creí. Pero al llegar a una palabra que no conocía, me trabé. Traté de pronunciarla, pero sonó tan rara que algunos compañeros comenzaron a reírse. Otros voltearon a verme, y la maestra dijo con voz tranquila: “Está bien, continúa”. Pero mi mente ya estaba en otro lugar. Sentía el calor subirme por la cara, las manos me temblaban y las letras se confundían frente a mí.
Cuando terminé de leer, cerré el libro con cuidado, como si eso borrara el momento. Pero no se borró. Ese día me juré no volver a leer en voz alta. No por flojera, sino por miedo. Miedo a equivocarme, miedo a que se burlaran, miedo a sentir otra vez esa vergüenza que solo el silencio del aula puede provocar.
Pasaron meses antes de que me atreviera a hacerlo de nuevo. Sin embargo, algo curioso sucedió: un día, la maestra me pidió que leyera voluntariamente un texto que había preparado en casa. Y aunque mi voz volvió a temblar, lo hice. Ese día descubrí que el miedo no se vence huyendo, sino enfrentándolo una palabra a la vez.
Si alguna vez sentiste vergüenza al leer en voz alta, te entiendo. No hay nada más intimidante que sentir todas las miradas puestas en ti, esperando que no te equivoques. Pero aquí está la verdad: equivocarse al leer no es un signo de debilidad, es una parte natural del aprendizaje.
Lo que muchas veces no se dice es que leer en voz alta no solo es cuestión de pronunciar bien, sino de tener confianza. Porque al leer, no solo muestras tu voz, sino también una parte de ti. Es poner en palabras lo que piensas, y eso requiere valor.
Lo irónico es que las personas que más temen leer en público suelen tener mucho que decir. Pero el miedo las silencia. Y ese miedo, si no se trabaja, puede crecer y seguirnos hasta la universidad o incluso la vida profesional.
Por eso es importante entender que cada error, cada pausa incómoda y cada palabra mal leída, son parte del proceso de aprender a comunicarnos.
Lo importante no es leer perfecto, sino atreverse a hacerlo.
Recuerdo que, de adulto, cuando tuve que hablar frente a grupos grandes o presentar proyectos, ese mismo nerviosismo regresaba, pero ya no me paralizaba. Porque entendí algo que me hubiera gustado saber de niño: la vergüenza no mata, pero rendirse ante ella sí puede apagar tu voz.
Si hoy eres estudiante y te toca leer al frente de la clase, no te preocupes tanto por pronunciar perfecto. Nadie nació sabiendo. Todos los que hablan con soltura alguna vez tartamudearon, se trabaron o se quedaron en blanco. La diferencia está en que no dejaron de intentarlo.
Leer en voz alta también revela mucho de cómo somos:
- Hay quienes leen rápido, como si tuvieran prisa por terminar.
- Otros lo hacen con tanta calma que uno siente que cada palabra tiene peso.
- Algunos dramatizan, como si estuvieran narrando una película.
- Y están los que leen bajito, casi como si leyeran para sí mismos, tratando de esconder la voz detrás del texto.
Cada uno de esos estilos refleja un rasgo humano. Y lo lindo de la escuela es que, sin darnos cuenta, en cada lectura se forman no solo lectores, sino también comunicadores, soñadores y futuros profesionales que aprenderán a usar su voz como herramienta.
Yo aprendí a leer en voz alta sin miedo cuando dejé de pensar que los demás me juzgaban y comencé a pensar que mi voz podía ayudar a otros a entender una historia. Ese cambio lo cambió todo.
Un mensaje para ti, estudiante
- Si estás en básica, y te da miedo leer al frente, no te preocupes. Todos pasamos por eso. No dejes que una risa o una burla te hagan dudar de tu capacidad. Cada vez que lo intentas, te haces más fuerte.
- Si estás en media, y te toca leer textos más largos o participar en exposiciones, usa tu voz con seguridad. No pienses en los errores, piensa en lo que comunicas. Lo importante no es sonar perfecto, sino ser auténtico.
- Si estás en la universidad, recuerda que hablar o leer frente a otros será parte de tu vida profesional. Cada vez que lees o presentas un tema, estás entrenando tu liderazgo. No te escondas detrás del miedo. Usa tu voz, porque alguien necesita escuchar lo que tienes que decir.
Y si alguna vez te equivocas… ríete. En serio. Reírse de uno mismo es la forma más elegante de quitarle poder a la vergüenza.
Hoy, cuando recuerdo aquella vez que tartamudeé al leer frente a toda la clase, sonrío. No porque haya sido fácil, sino porque esa experiencia me ayudó a valorar la importancia de la voz, la mía y la de los demás. Aprendí que leer en voz alta no se trata de perfección, sino de valentía.
Gracias por acompañarme hasta el final de esta reflexión. Tal vez tú también tengas una historia parecida, una de esas que duelen en su momento pero después se vuelven enseñanzas. Si es así, no la borres de tu memoria: guárdala como un recordatorio de cuánto has crecido.
Te invito a que compartas esta historia con alguien que aún teme hablar en público, y a que regreses mañana para seguir leyendo nuevas reflexiones que nacen de vivencias reales.