A veces, sanar no es avanzar… es quedarte quieto un momento
Hoy desperté con esa sensación extraña de no querer hacer nada. No por pereza, no por falta de sueños, sino porque algo dentro de mí necesitaba quedarse en silencio. Respiré profundo, apagué el ruido del mundo por un rato y me quedé ahí… sin moverme, sin correr, sin exigirme.
Y entonces lo entendí.
Sanar no siempre se ve como avanzar. A veces, sanar es quedarte quieto. Es no seguir. Es no intentar. Es no tener que demostrarle nada a nadie. Es simplemente estar, sentir y abrazar el momento sin querer transformarlo.
Hay una creencia que nos persigue constantemente: si estás mal, mejora. Si estás roto, arréglate. Si estás triste, alégrate. Si algo duele, supéralo rápido.
Nos enseñaron a huir del dolor, no a sentarnos con él. A buscar soluciones inmediatas, no a escuchar lo que el alma está tratando de decirnos.
Yo también lo hice. Me llené de ocupaciones para no pensar. Me rodeé de gente para no sentirme solo. Me forcé a estar bien solo para no incomodar. Pero todo eso fue un disfraz. Porque por dentro, lo que más necesitaba no era avanzar… era quedarme quieto y respirar con el alma herida sin juzgarla.
Sanar es permitirte el lujo de detenerte sin sentir culpa. Es no hacer nada productivo y entender que ese “nada” también es parte de tu reconstrucción. Es mirar hacia adentro y reconocer con honestidad lo que aún pesa, lo que no has dicho, lo que aún duele.
A veces, tu cuerpo necesita descanso. A veces, tu mente necesita silencio. Y a veces, tu corazón necesita llorar por todo eso que llevas años callando.
Y no, eso no te hace débil. Te hace valiente. Porque solo alguien valiente se permite sentirlo todo sin buscar distracciones.
Cuando decides quedarte quieto no estás renunciando. Estás escuchándote. Estás validando tus emociones. Estás dándole a tu alma el espacio que necesita para ordenar el caos.
En la quietud entendí cosas que no habría visto mientras corría. Comprendí heridas viejas. Agradecí caminos cerrados. Me reconcilié con partes de mí que antes rechazaba. Aprendí a quererme sin prisa, sin condiciones, sin exigencias.
Y poco a poco, desde esa quietud, empezó a surgir una nueva fuerza. No la de quien se apura, sino la de quien se reconstruye con paciencia.
Si hoy no tienes ganas de avanzar, no te obligues. Si tu alma está pidiendo una pausa, escúchala. No estás retrocediendo por quedarte quieto. Estás dándole a tu interior el respeto que merece.
La sanación no siempre se ve como un logro. A veces, se ve como un día en pijama. Como una noche en silencio. Como una lágrima que cae sin explicación. Como una sonrisa tímida que vuelve después de mucho.
Hoy quiero decirte que está bien no hacer nada cuando todo en ti necesita descanso. Estás sanando, incluso cuando no lo parezca. Estás creciendo, incluso cuando te sientas detenido.
Y cuando llegue el momento de seguir, lo harás con más verdad, con más ligereza, con más amor por ti mismo.
Gracias por estar aquí. Gracias por leer sin prisa, por quedarte en este espacio donde la perfección no es bienvenida, pero la verdad sí.
Si este mensaje tocó tu corazón, guárdalo. Compártelo con alguien que lo necesite. Y vuelve cuando quieras. Aquí, la quietud también tiene su lugar.