El pez globo y la defensa que a veces no necesitas

El pez globo y la defensa que a veces no necesitas

Hace algunos meses, mientras veía un especial sobre fauna marina, apareció una escena que no esperaba. El documental mostraba a un pez globo nadando entre corales, en un entorno lleno de vida y colores suaves. Todo parecía tranquilo. De pronto, un depredador se acercó con rapidez. Sin dudarlo, el pez globo se infló de manera repentina, multiplicando su tamaño y mostrando decenas de espinas duras. El atacante se detuvo en seco y se alejó.

Me impresionó lo rápido que cambió. Un ser pequeño, frágil y casi tierno en apariencia, se convertía en una bola pinchuda que nadie quería tocar. Era su mecanismo de defensa. Un reflejo que había desarrollado para sobrevivir.

Y ahí, pausé el video. Porque esa transformación me pareció mucho más que un fenómeno biológico. Me pareció una metáfora clara de lo que muchos de nosotros hacemos emocionalmente sin darnos cuenta.

Pensé en cuántas veces, ante una crítica, una amenaza, una situación incómoda, reaccionamos de manera parecida. Nos inflamos. Mostramos espinas. No porque queramos atacar, sino porque creemos que si no lo hacemos, algo en nosotros quedará expuesto. Vulnerable.

Decidí buscar más información sobre este animal. Descubrí que su hinchazón no es permanente ni gratuita. Es una respuesta puntual ante el peligro. Pero si permanece mucho tiempo inflado, puede dañar su propio organismo. No está hecho para vivir así. Solo para resistir cuando es necesario.

Las defensas están bien cuando son temporales. Pero si se vuelven parte de tu manera constante de vivir, terminan lastimándote más a ti que al entorno.

A lo largo de mi vida, he conocido personas que viven siempre en modo “pez globo”. Siempre a la defensiva, listos para protegerse, para responder antes de escuchar, para interpretar lo ajeno como ataque. Y cuando uno vive así, cuesta mucho conectar de verdad.

Pero también me vi reflejado en ciertas etapas donde adopté esa actitud. Momentos donde no me sentía seguro. Donde no sabía cómo actuar. Donde, ante la duda, era más fácil armar una barrera que mostrar lo que realmente sentía. Porque, en el fondo, era más sencillo inflarse que arriesgarse a ser comprendido.

El problema es que, cuando uno se infla demasiado tiempo, termina creyendo que esa es su forma real. Y olvida que su verdadera belleza, su autenticidad, está en su estado natural. No en el inflado. No en la tensión. Sino en su fluidez, en su ligereza.

El pez globo no es una criatura agresiva. Solo se transforma cuando se siente en peligro. Y nosotros deberíamos aprender lo mismo: defendernos cuando es necesario, pero no vivir en modo defensa constante.

La vida no es una guerra. No todo lo que se acerca quiere hacerte daño. No cada palabra es una amenaza. No cada mirada es un juicio. A veces, simplemente, las cosas son como son. Y está bien.

Pensé también en lo mucho que perdemos cuando vivimos con espinas siempre afuera. Relaciones que no llegan a profundizarse. Oportunidades que dejamos pasar por desconfianza. Momentos sencillos que se complican por estar a la defensiva. Y todo eso nos va dejando un poco más solos, un poco más cerrados, un poco más lejos de quienes podríamos ser si bajáramos la guardia.

El pez globo, cuando no está inflado, es un animal silencioso, curioso, sensible al entorno. Se mueve con gracia, con cierta inocencia. Y solo muestra sus espinas cuando ya no tiene otra opción.

Tal vez ahí está la clave: usar las defensas como último recurso, no como estilo de vida.

A veces creemos que si no nos protegemos todo el tiempo, seremos débiles. Pero la verdadera fortaleza está en saber cuándo sí y cuándo no. En discernir cuándo abrirse y cuándo cerrarse. En no dejar que una herida del pasado nos defina para siempre.

He aprendido, con el paso de los años, que las personas más sabias no son las que se blindan, sino las que se conocen. Las que entienden qué las afecta, qué les importa, y cómo desean relacionarse con el mundo. Y desde ahí, actúan. No desde la reacción, sino desde la elección.

Hoy quiero invitarte a observar cómo reaccionas ante lo inesperado. ¿Te inflas con rapidez? ¿Te llenas de espinas ante la mínima señal de incomodidad? ¿Te defiendes antes de entender si realmente hay un peligro?

Y si es así, pregúntate si todavía necesitas hacerlo. Tal vez, en algún momento, te sirvió. Tal vez esa defensa te protegió cuando no sabías qué otra cosa hacer. Pero ¿y ahora? ¿Sigue siendo útil o ya es un peso que te impide avanzar?

El pez globo no vive inflado. No podría. Su cuerpo no lo resistiría. Solo lo hace cuando lo necesita. Y luego vuelve a su forma original. Porque sabe que ahí está su verdadera esencia.

Tú también puedes volver a tu forma real. A tu calma. A tu versión más abierta, más receptiva, más presente. No necesitas estar en modo alerta todo el tiempo. No todo es amenaza. No todos vienen a herirte. No todos los desacuerdos son guerras.

A veces basta con respirar. Escuchar. Mirar con otros ojos. Y permitirte estar sin máscaras, sin exageraciones, sin ese escudo que tal vez ya cumplió su función.

Gracias por quedarte hasta aquí. Si esta historia te dejó pensando, compártela con alguien que también esté listo para dejar de vivir hinchado. Mañana volveré con otra historia. Porque cada ser del océano, del cielo o de la tierra nos recuerda algo sobre lo que somos, lo que escondemos y lo que, en el fondo, aún podemos sanar.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente