La tortuga gigante y el arte de no tener prisa.

La tortuga gigante y el arte de no tener prisa.

Hace unas semanas, mientras revisaba algunos videos sobre biodiversidad en las islas Galápagos, me topé con una escena que me obligó a detener todo lo que estaba haciendo. En la pantalla se veía una tortuga gigante desplazándose lentamente por un sendero de tierra. Sus movimientos eran deliberados, pesados, pero tranquilos. Cada paso parecía una pequeña ceremonia. No había urgencia en su andar, pero sí propósito.

Me quedé viéndola más tiempo del que imaginaba. Tal vez porque en medio del ritmo tan rápido que suele tener todo hoy en día, ver a un ser que no se apresura por nada resulta casi desconcertante. Mientras nosotros vivimos mirando el reloj, saltando de tarea en tarea, midiendo nuestra eficiencia por la velocidad con la que resolvemos cosas, ella avanzaba con dignidad. A su paso. Sin culpa. Sin ansiedad.

Investigué un poco más sobre esta especie. Descubrí que las tortugas gigantes pueden vivir más de 100 años. Que viajan distancias considerables para encontrar alimento o mejores condiciones climáticas. Y que su lentitud no es un defecto, es su manera natural de conservar energía, de observar el entorno, de prolongar su existencia con sabiduría.

Pensé entonces en cuántas veces he sentido que voy tarde. Tarde con un proyecto, con una meta, con una expectativa. No por falta de avance, sino por esa comparación silenciosa que nos invade. La vida de otros, las fechas impuestas, las presiones culturales… todo nos dice que debemos correr. Y si no lo hacemos, sentimos que estamos fallando.

Pero ver a la tortuga gigante me hizo preguntarme algo distinto: ¿y si no estamos tarde, sino justo a tiempo en nuestro propio ritmo?

A veces confundimos lentitud con falta de progreso. Pero avanzar despacio no significa estar estancado. Significa que estás respetando tu proceso, tus tiempos, tus pausas. Que estás entendiendo que no todo debe ocurrir hoy.

Durante años pensé que la rapidez era sinónimo de éxito. Y sí, a veces lo es. Pero no siempre. Hay procesos que no se aceleran. Hay decisiones que maduran en el silencio. Hay lecciones que solo se comprenden cuando uno se detiene lo suficiente.

La tortuga gigante no se desespera por llegar. Sabe que cada paso suma. Que no hay necesidad de forzar lo que de todos modos ocurrirá. Vive más conectada con el presente que con el futuro. Y eso, para quienes vivimos adelantándonos a lo que viene, es una invitación valiosa.

¿Cuántas veces sientes que deberías ir más rápido? ¿Qué los demás avanzan mientras tú apenas comienzas? ¿Qué hay una carrera silenciosa que parece no darte respiro?

¿Quién marca ese ritmo? ¿Quién definió que tenías que lograr ciertas cosas a determinada edad o en cierto orden?

La tortuga me hizo pensar en que vivir no es llegar primero. Es llegar en paz. Con propósito. Con sentido. Y si eso implica caminar más lento que los demás, está bien. Porque lo importante no es la velocidad, sino la dirección.

También me llamó la atención que estas tortugas, a pesar de su lentitud, son muy determinadas. Si deciden recorrer un camino, lo hacen. No se desvían sin razón. No se detienen sin causa. No desperdician energía en moverse por moverse. Cada paso tiene una razón.

En nuestra vida también deberíamos movernos con más intención. No hacer por hacer. No ir por donde todos van, sino por donde sabemos que necesitamos ir. No ceder al impulso de estar ocupados todo el tiempo solo para sentir que estamos siendo útiles.

Vivimos rodeados de prisa. Mensajes que nos dicen que debemos ser productivos cada minuto, que descansar es perder el tiempo, que si no estás logrando algo visible, estás fallando. Pero no es cierto.

A veces, no hacer nada también es avanzar. Porque te permite pensar mejor. Porque te da espacio para escucharte. Porque te recuerda que no eres una máquina.

La tortuga gigante no busca eficiencia. Busca equilibrio. Se mueve con respeto por su cuerpo. Por su entorno. Por el momento en el que está. Y eso también es sabiduría.

Hay etapas en las que uno necesita detenerse. No porque esté todo bien ni todo mal. Simplemente porque se necesita recuperar el aliento. Reacomodar ideas. Reorganizar prioridades. Y desde ahí, volver a caminar.

No todo lo que es lento es inútil. No todo lo que es rápido es mejor.

A veces lo que más perdura es lo que se construye con paciencia.

Hoy quiero invitarte a honrar tu ritmo. A dejar de compararte. A confiar en que estás avanzando, aunque no lo parezca. Tal vez los cambios son internos. Tal vez lo que estás construyendo aún no se ve. Pero eso no significa que no esté ocurriendo.

Mira a la tortuga. Observa su forma de habitar el mundo. No necesita aplausos. No necesita reconocimiento. Solo necesita tiempo. Y lo toma. Porque sabe que la vida no se trata de correr, sino de caminar hacia lo que vale la pena.

Gracias por haber llegado hasta aquí. Si esta historia resonó contigo, compártela con alguien que también está aprendiendo a vivir sin prisa. Mañana volveré con otra historia. Porque cada ser en la naturaleza tiene una forma distinta de avanzar, y tal vez la tuya, como la de la tortuga gigante, solo necesita espacio para ser respetada.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente