No estás estancado, estás echando raíces
Durante un tiempo, tuve la sensación de estar atrapado. Sentía que me esforzaba, que intentaba avanzar, que hacía las cosas bien… pero todo seguía igual. Miraba a mi alrededor y veía a otros crecer, lograr, evolucionar, mientras yo me sentía como si estuviera congelado en el mismo lugar.
No era tristeza, era frustración. Una especie de desánimo silencioso que me hacía preguntarme si estaba haciendo algo mal, si me faltaba algo, si acaso ya había llegado tan lejos como podía llegar.
Pero un día, después de mucho cuestionarme, encontré una frase que me cambió la mirada: "No estás estancado, estás echando raíces". Y desde entonces, todo comenzó a tener otro sentido.
Es fácil caer en la trampa de medir nuestra vida solo por lo visible. Por los logros que se pueden mostrar, por los resultados que se pueden contar, por los pasos grandes que todos pueden aplaudir.
Pero hay etapas en las que el crecimiento ocurre hacia adentro. Etapas donde todo se siente detenido por fuera, pero por dentro estamos viviendo procesos que nos están fortaleciendo, purificando y preparando para algo más.
Echar raíces no se ve. No se publica. No se aplaude. Pero es vital. Porque ningún árbol puede sostenerse firme si no ha pasado antes por una temporada de profundidad silenciosa.
A veces creemos que si no hay cambios externos, no estamos avanzando. Pero qué tal si tu avance está en aprender a decir no. En dejar de compararte. En sanar algo que llevas cargando desde hace años. En comenzar a confiar en ti sin depender de la aprobación de nadie.
Echar raíces es un proceso íntimo. Requiere tiempo, paciencia, y sobre todo fe. Fe en que lo que estás construyendo por dentro, un día florecerá por fuera.
Yo lo viví. En silencio, sin grandes anuncios. Fui cambiando. Fui entendiendo. Fui soltando cosas que ya no me servían. Y aunque nadie más lo notara, yo sabía que estaba creciendo. Que algo dentro de mí estaba tomando fuerza.
Después de echar raíces, algo ocurre. Sin que lo planees, sin que lo fuerces. Comienzas a florecer. Y lo haces de forma distinta. Ya no por presión, sino por propósito. Ya no por aprobación, sino por convicción.
Y ese florecer, aunque llegue después de mucho, llega con más firmeza. Porque no se construyó de prisa. Se construyó con profundidad.
Por eso, si hoy sientes que estás quieto, que no estás logrando nada, que te falta claridad o impulso… respira. Tal vez no estás estancado. Tal vez, sin darte cuenta, estás echando las raíces que sostendrán tu mejor versión.
No todas las etapas de tu vida serán brillantes. Algunas serán lentas, silenciosas, invisibles incluso para ti. Pero eso no significa que no estén cumpliendo un propósito.
Las raíces no se ven, pero sin ellas ningún árbol permanece en pie. Deja de exigirte florecer cada día. Hay momentos para profundizar. Momentos para quedarte contigo. Momentos para prepararte. Y eso también es parte del crecimiento.
Así que no te desesperes. No te compares. No te juzgues. Confía. Estás construyendo algo que aún no puedes mostrar, pero que un día sostendrá todo lo que sueñas vivir.
Porque no, no estás estancado. Estás echando raíces. Y eso es más valioso de lo que crees.
No estás solo. Y si este texto resonó en ti, compártelo. Tal vez alguien más necesite saber que su proceso también tiene sentido, aunque aún no florezca.