El día que el viento no sopló.
Hubo una mañana en la que salí a caminar buscando respuestas. No llevaba audífonos, ni música, ni compañía. Solo el murmullo de mis propios pensamientos. El cielo estaba limpio, pero el viento, ese que solía acariciar mi rostro y revolver las hojas, no se sentía por ningún lado. Todo estaba quieto, como si el mundo hubiera decidido quedarse en pausa por unos minutos.
Me detuve en un claro donde el pasto estaba alto y el sol comenzaba a pintar de oro los bordes de la mañana. Observé los árboles: erguidos, pacientes, pero sin moverse. Ni una hoja se agitaba. Parecía que todo lo que estaba a mi alrededor dependía de algo que no llegaba. Y ahí, en medio de esa inmovilidad, entendí algo que no había querido ver por mucho tiempo.
Muchas veces esperamos que algo externo nos empuje. Un golpe de suerte, una señal clara, alguien que nos motive. Esperamos que sople el viento para levantar las velas y avanzar. Pero, ¿qué pasa cuando el viento no sopla? ¿Cuándo no hay señales, ni motivaciones, ni impulsos externos? Lo fácil es quedarse quieto, justificarse en la espera, creer que no es el momento.
Pero ese día aprendí que no siempre hay viento. Y, aun así, uno tiene que avanzar.
Hay momentos en los que la vida te observa desde el silencio, para ver si eres capaz de moverte por decisión propia. Si puedes dar un paso sin estar seguro. Si eres capaz de confiar en una meta aunque el camino esté cubierto de dudas. Porque el valor no está en avanzar cuando todo te empuja, sino en hacerlo cuando nada lo hace.
Ese paseo sin viento fue uno de los más importantes de mi vida. No por lo que encontré, sino por lo que decidí en medio del vacío. Elegí seguir. Sin música, sin dirección clara, sin respuestas. Solo con la certeza de que esperar eternamente por el viento puede hacernos olvidar que también tenemos piernas.
Gracias por quedarte hasta el final. Si este mensaje tocó algo dentro de ti, compártelo con alguien que quizás hoy también necesita caminar por su cuenta. Mañana habrá una nueva historia esperando por ti. A veces, lo que más nos impulsa no es el viento… es la decisión de empezar.